Pues sí, los jueves en la cabaña eran muy duros…
Esto era debido a que el unicornio punki tenía que estar todo el día en la cabaña. Los jueves tocaba turno por la mañana y por la tarde. Menos mal que tengo cuatro patas y se me cargaban menos, tal y como os mencioné en el capítulo de las fiestas.
Para empezar os explicaré que las mañanas transcurrían con normalidad. Repetía lo de siempre. Comenzaba por montar las tablas y los troncos, seguía con las pócimas, etc. Vamos, la típica rutina que os cuento de la cabaña. Con una excepción. Os preguntareis a quién tenía de compañero. En este caso compañera. Efectivamente. La gorgona. Ella sí que tenía todo preparado cuando llegaba. No va a ser todo malo en esta historia. La gorgona tenía su cosa, pero por dentro era una buena persona. De vez en cuando le salía, no se dé donde, un afán autoritario sin sentido y unas ganas de aparentar que tenía experiencia que la hacía hasta graciosa.
Si os soy sincero me daba un poco de pena. ¿Por qué? Pues imagino que estaba muy sometida al viejo minotauro y al duende rojo, aunque ella se defendía. Al fin y al cabo era como nuestra «mami» en la cabaña. Tenía sus cosas de gorgona pero se hacía de querer.
Posteriormente llegaba la tarde. Entonces aparecía el duende rojo, que en este caso venia antes para que la gorgona le hiciera de comer. Luego seguía con su rutina de no hacer nada, sentado hasta que le venían ganas de levantarse. Una vez en pie, se cambiaba de sitio, pero esta vez para ponerse en el único paso para salir a la plaza del reino. Así que imaginaros a un duende rojo de 2×2 en la salida hacía las tablas de la cabaña. El paso obstruido. Lógico. Pero no os penséis que se movía cuando tenía que pasar. Había veces que le decías: ¿Puedo pasar? Y como si estuvieras hablando con el candelabro de la cabaña.
Tomaba medidas: le empujaba sutilmente y encima te recriminaba diciendo: -«¿Qué haces?» –
Y yo, en mi pequeña cabeza de unicornio pensaba: -«Si solo está esta salida, ¿cómo querrá que pase?»-
Advertencia: No leas esto, puede herir tu sensibilidad. Imagino que por su cabeza estaban pasando hojas y que él las cogía para rascarse sus orejas de duende y olerlas… ajjj…¡qué asco!
Más entrada la noche, el duende rojo decidía irse con sus amigos a jugar a QUIDDITCH. Eso suponía dejar al unicornio solo hasta altas horas de la noche. Vamos, que yo solo tenía que atender a los lugareños, hacerles sus pócimas y atender la lumbre. No nos olvidemos que tenía que recoger las tablas y los troncos y seguir trabajando. (Sí, lo que hacíamos entre dos o tres como recordaréis.) De vez en cuando las luces parpadeaban y entraba el viejo maestro preguntando por el duende rojo. Ahí era dónde el unicornio tenía que soltar cualquier excusa. De todo menos decirle que el duende estaba jugando a quidditch con los amigos. Aix! Si se llega a enterar el viejo maestro… bueno eso en otro capítulo te lo cuento mejor.
En fin, el viejo minotauro se iba. Sí, porque no os penséis que se quedaba a echar una pata… noooo. Él se iba y allí se quedaba el unicornio solo, esperando a que el duende rojo volviera. Encima había que esperar para hacerle su cena antes de apagar definitivamente la lumbre. También os digo que una vez que llegaba, el duende ya estaba muy cansado para hacer nada, así que cogía las monedas del reino y se iba para su morada. Llegado ese punto, yo cogía y con mis cuatro patas reventadas, me iba a una cabaña donde hacían una jam de trovadores, donde tenían muy buena hidromiel. Creo que me merecía ese trago antes de irme a dormir.
En el siguiente capítulo, hablaremos de la verdadera historia del «viejo maestro minotuaro» o no.
Y la canción de hoy… ahí lo dejo…
Alademoska – El Diablo (lyric video)